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La nostalgia de jugar en Sudamérica: México se mide a River en el Monumental

México acude a Buenos Aires.
México acude a Buenos Aires.YURI CORTEZ / AFP
La victoria de la Selección Mexicana de Fútbol sobre el Internacional de Porto Alegre en el Estadio Beira-Rio representó el regreso del Tri a suelo sudamericano, tras 27 años de una gira en la que salió goleado. Más allá del buen triunfo, el cotejo despertó una inevitable nostalgia de un tiempo pasado lleno de pasión.

Fue como descubrir vida en otro planeta. Los adolescentes mexicanos de principio de siglo, que ya habían entregado sus cinco sentidos al fútbol, se encontraron de pronto con la Copa Libertadores, un escenario internacional que dinamitaría su pasión para siempre y una nueva forma de entender el juego más bello de todos.

La irrupción de México en la afamada competencia continental fue conveniente para las dos partes involucradas. Con los clubes mexicanos en el torneo también llegaron fuertes patrocinadores a territorios dominados por la Conmebol. De pronto, en un partido en Venezuela, Colombia, Argentina o Brasil, se podía ver el sponsor de Corona, el orgullo nacional de México.

Por su parte, el fútbol mexicano descubrió un tipo de competencia que no tenía en casa ni en torneos de la Concacaf. Una década antes, con la llegada de César Luis Menotti como entrenador de la Selección Mexicana, el mundo futbolero del país supo que había un rezago importante en la forma de competir sacándole mayor provecho a las cualidades de los jugadores nacionales.

Por eso, después de varios años de gestiones, México pudo ser parte del prestigioso torneo, aunque siempre como con el mote de invitado. Esa categorización terminaría de afectar el sentido competitivo del juego. Pero, a pesar de esa diferenciación marcada y bien establecida, el camino libertador mexicano sigue causando una nostalgia y añoranza que el presente hace que cale más.

Si bien hubo escandalosos arbitrajes en contra, los clubes mexicanos se las arreglaron pronto para hacerse fuertes. De pronto, en la Sudamérica ávida de buen juego, se comenzaba a respetar a esos equipos del norte del continente con futbolistas desconocidos, pero con economías fuertes que formaban buenos planteles.

Un triunfo histórico

Al poco tiempo, en 2001, todo un país se volcó detrás de Cruz Azul, el primer equipo mexicano en llegar a la final. Lo mismo pasó con Chivas, otro finalista que no pudo coronarse. Junto a ellos hay memorias colectivas sublimes de grandes actuaciones de América, Santos, Tigres, Atlas y otros tantos.

Ver competir a los mexicanos en estadios atiborrados de hinchas fervorosos, con bengalas en mano y con las gargantas desgarradas por no parar de cantar fue presenciar escenarios inconcebibles en canchas de la Liga MX para toda una generación. Acostumbrarse a ver a tu equipo jugar en los fines de semana por el campeonato doméstico, hacer un viaje largo e incómodo al sur, y enfrentarse al más adverso contexto después era la gloria.

Al mismo tiempo, en México se aprendió de pronto la historia gloriosa de clubes como Independiente, Peñarol, Sao Paulo, Flamengo, River Plate o Boca Juniors. Se atestiguó de primera mano la increíble etapa del club Xeneize de la mano de Carlos Bianchi y una generación única que logró ganarle una Copa Intercontinental frente al Real Madrid de los Galácticos.

Los próximos compromisos de México.
Los próximos compromisos de México.Flashscore

Esa experiencia, muchas veces dolorosa y frustrante por los arbitrajes en contra, enriqueció, sin lugar a duda, al fútbol nacional. El roce internacional que México halló en Sudamérica moldeó su manera de afrontar los retos deportivos que se le iban presentado al Tri. Y, a pesar del evidente rezago, todos pensaban que era cuestión de tiempo para que, con esa dinámica el futbol mexicano pudiera toparse, de manera constante, con las potencias del mundo. La ilusión la alimentó el Pachuca, con su título obtenido en la Copa Sudamericana en 2006.

Pero, aunque México continuó participando en la Copa Libertadores hasta 2017, los directivos mexicanos ya tenían años cortejando con el dinero de Estados Unidos. Si bien en un principio tuvieron la decencia de entender que no valía la pena ponerle precio al roce competitivo, pronto eso dejó de importar y se entregó todo a la codicia.

Una visita especial

Desde hace tiempo, el aficionado mexicano se ha tenido que tragar los inventos que sus directivos han generado con sus pares norteamericanos. El intento de una competencia entre la Liga MX y la MLS no ha cuajado en los jóvenes de hoy, y mucho menos en generaciones pasadas que no pueden olvidar las noches de Copa Libertadores.

Con todo este contexto a flor de piel, la Selección Mexicana de Fútbol viajó a Sudamérica para enfrentarse a dos clubes de Brasil y Argentina, debido a la imposibilidad de encontrar rivales en otros seleccionados ocupados en sus propias eliminatorias. El acuerdo para viajar al sur del continente fue gracias, en parte, al visto bueno de Javier Aguirre, un viejo lobo de mar que sabe de la urgencia de obtener un roce internacional de calidad.

Ver a la selección en Porto Alegre con un estadio repleto de brasileños ya era motivo digno para emocionarse. Pero ver al Tri ganar con un parado inteligente y, sobre todo, con un equipo repleto de jóvenes de la liga, hizo revivir recuerdos añejos que les provocó una felicidad perpetua.

Ese sentimiento, empoderado y valiente, se incrementará el próximo martes, cuando el Tri se meta en la cancha del Monumental de Buenos Aires para medirse al River Plate de Marcelo Gallardo con un plantel megarreforzado y una hinchada que atiborrará el inmueble. Ese escenario terminará de hacer llorar a todos los mexicanos que vivieron aquel inicio de siglo de Copa Libertadores, cuando se creyeron capaces de poder competirle sin miedo a cualquiera que se le pusiera de frente.